jueves, 3 de mayo de 2007
El Rambá"n (Bereshit 45:27) nos hace notar un punto relativo al comportamiento de Iosef para con su padre Iaacov, lo que nos puede ayudar a entender mejor los últimos momentos en los que se despide de él. Y así dice el Rambá"n:"En mi opinión, según la interpretación sencilla, nunca le fue dicho a Iaacov hasta el fin de sus días que los hermanos vendieron a Iosef. Él pensaba que Iosef se extravió en el campo, y los que lo encontraron lo tomaron prisionero y lo vendieron a Egipto. Porque los hermanos no querían contarle su pecado - temiendo que él se encolerice y los maldiga - y Iosef, fiel a su rectitud moral, tampoco..."Esa descripción esquemática revela una pequeña parte de la gran fortaleza anímica del tzadik (justo) Iosef. Podemos imaginarnos cuanto deseaban hablar Iaacov y Iosef de lo que realmente los preocupó durante los largos años de separación entre ellos, y de las circunstancias en las que Iosef desapareció tan misteriosamente. Es fácil suponer que el llanto de Iaacov y la duda que carcomía su corazón todos esos años hicieron despertar en él una inmensa curiosidad, un gran anhelo de preguntar a su hijo qué le ocurrió exactamente aquel día en el que se debería haber encontrado con sus hermanos. Y también por parte de Iosef seguramente hubo momentos difíciles en los que se preguntó si quizás de alguna forma Iaacov estuvo involucrado en su venta.Esa fortaleza anímica, que el Rambá"n la apoda simplemente "rectitud moral", llega a su punto álgido inmediatamente antes y después de la muerte de Iaacov. Justamente en esos momentos críticos - en los que muchas personas sienten la necesidad de "liquidar cuentas" para no dejar tras ellos preguntas o cuestionamientos pendientes - Iosef se cuida de no encontrarse nunca a solas con Iaacov, y toda la relación entre ellos es a través de mensajeros. Sabiendo el tremendo daño que la revelación de la verdad puede llegar a producir a toda la familia, él dominó con una inmensa fortaleza difícil de describir el deseo de hablar y contar, y le dejó retirarse de este mundo a su padre sin que se agriete la muralla del silencio entre ellos.Por lo visto, el autocontrol de Iosef en lo que respecta a Shmirat HaLashón (el cuidado de la lengua), y también el autocontrol típico de él en otros campos en los que fue capaz de resistir duras y continuas pruebas, es la clave del liderazgo que es aclarada en extensión en la bendición de Iaacov para con sus hijos. Esa bendición pasa revista - de hijo en hijo - en forma ordenada a las cualidades adecuadas para conducir el pueblo, y las que no lo son. Mientras que el atolondramiento y la ira alejaron a los hijos mayores del liderazgo, la valentía de Iehudá, la astucia de Dan y similares los hicieron erigir un liderazgo correcto en Am Israel.En la bendición de Iosef, nuestro patriarca Iaacov compara las cualidades externas que caracterizan el correcto liderazgo con la singular fortaleza anímica de Iosef que se reveló en su comportamiento interno, cuando supo dejar de lado su poder y no utilizarlo en la disputa con sus hermanos. En su bendición él es descrito como quien toma el arco con sus manos, y es conciente de su poder mortífero. Pero su autocontrol se expresa en toda su magnificencia justamente siendo capaz de tomar el arco con sus fuertes manos, y no utilizarlo.De acuerdo a ello el Netzi"v (Rav Naftali Tzvi Berlín) explica el enigmático versículo, cuando los hermanos le dicen a Iosef después del entierro de Iaacov: "Tu padre mandó, antes de su muerte..." (Bereshit 50:16). No es lógico que ellos le quieran contar a Iosef algo que Iaacov ordenó antes de su muerte, cuando Iosef lo acompañó permanentemente hasta el último momento de su vida. Ellos le quieren hacer saber que de acuerdo a la bendición que su padre le otorgó, seguramente le habría pedido a Iosef que continúe siendo fiel a su noble cualidad y se comporte en forma responsable para con la unión de la nación, si hubiese sabido del episodio de su venta.Sería correcto que nuestros líderes no confundan ambas formas de comportamiento, utilicen la santidad del autocontrol cuando se trata de problemas internos, y el valeroso quebrantamiento tratándose de problemas externos.
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