viernes, 20 de julio de 2007
AJN.-"Engrandecido y santificado sea el nombre del Eterno en el mundo que ha creado según Su voluntad." Así comienza la oración que dicen los judíos después del recitado de plegarias y salmos, desde los primeros siglos de esta era, conocida con el nombre de Kadish.
No hallamos en el contenido del Kadish, que en arameo significa "sagrado", ninguna alusión a la muerte. Es un cántico de esperanza de una realidad mejor, en la que mediante las acciones de justicia, rectitud y espiritualidad realizadas por los hombres la presencia de Dios es percibida en forma más elocuente, pudiendo entonces la humanidad toda alabarlo con más ahínco. Trece años han transcurrido desde aquella mañana en la que los que pretenden recrear el culto que se manifiesta mediante los sacrificios de sus propios hijos volvieron a regar las calles de Buenos Aires con la sangre de sus moradores. Quisieron emponzoñar con su enfermizo y mísero odio a una sociedad que, en su gran mayoría, supo demostrar que posee los antídotos para rechazar su perfidia. Mucha sangre corrió por todo el territorio argentino durante las décadas anteriores como para no haber aprendido la lección. El Kadish fue entonces recitado por los deudos, por la memoria de los muertos judíos y no judíos, y muchos respondieron en aquellos multitudinarios actos diciendo "amén". Pero, paralelamente, fueron erigidas en aquellos días otras deidades, representativas de la iniquidad y el odio, de la corrupción y la ignominia. Tuvieron quienes les rindieron pleitesía, mediante el encubrimiento a los que allanaron la senda de los asesinos, e incluso a éstos. La falta de justicia transformó esta plegaria en una elegía desgarradora. Las acciones que deberían haber respondido a su clamor no fueron realizadas, y lo hecho hasta el presente sólo profana los conceptos que en la oración son vertidos. Hay quien explica que la idea del recitado del Kadish refiere al precepto de bendecir a Dios aun por las cosas malas. Sus palabras de alabanza al Creador anteponen a aquellos que la recitan con real unción el desafío de no desterrar Su presencia aun cuando el horror esté agobiándolos. Los que perdieron a sus seres queridos recitaron esta oración delante de sus sepulcros en el momento del entierro y lo siguen haciendo cuando los visitan, al igual que en los actos que se realizan para pedir justicia. Cabe preguntar cuál es el valor de una plegaria en este caso, en el que la esperanza de alcanzar la justicia se va alejando más y más después de trece años de frustraciones. El Kadish finaliza con la frase: "El que establece la armonía en las alturas conceda la paz a nosotros...". ¿Qué sentido tiene recitar esta frase en medio de una realidad en la que el hombre va destruyendo todo intento divino de bendecirlo con paz? La tradición jasídica (corriente religiosa que se desarrolló en la judería del este europeo durante el siglo XVIII) relata que cuando el creador del movimiento, el rabí Israel Baal Shem Tov, veía que una desgracia amenazaba al pueblo, solía ir a un lugar específico del bosque, encender un fuego y decir una plegaria. Ocurría entonces un milagro y la desgracia era aventada. Su discípulo Dov Ber de Mezhirech (Miedzyrzec en la grafía polaca) solía ir al mismo lugar en el bosque para interceder ante el cielo diciendo: "Señor del universo, no sé cómo encender el fuego, pero aún sé cómo decir la plegaria". Y el milagro ocurría. Posteriormente, era Moshe Leib de Sasów el que iba al bosque, y decía: "Desconozco la oración, pero conozco el lugar, y esto debe ser suficiente", y el milagro ocurría. Por fin fue el turno del rabí Israel de Ruzhin, que para aventar la desgracia que se cernía solía sentarse en su sillón, colocaba la cabeza entre sus manos y clamaba a Dios diciendo: "Soy incapaz de encender el fuego, desconozco la oración y el lugar en el bosque. Lo único que puedo hacer es contar la historia". Y eso era suficiente. La historia no pudo evitar, a la postre, la desgracia que cayó sobre sus relatores en los aciagos años de la Shoah, pero posee la virtud de seguir estremeciendo a todo aquel que la escucha, cual una inspiradora y apasionada oración. Al igual que el Kadish, que pese a las innumerables frustraciones ayuda al desengañado a recobrar la esperanza y a bregar por una realidad distinta, en la que la justicia y la cordura que en ella imperan sirven de alabanza y glorificación al hombre y a su Creador. Aquella que no podrán vivir los que fueron asesinados en el artero ataque a la AMIA, pero que podrá ser construida gracias a la conservación de sus reverenciadas memorias
El autor es rector del Seminario Rabínico Latinoamericano y rabino de la comunidad Benei Tikva.
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