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viernes, 5 de octubre de 2007

BERESHIT por Yehudah Ben Abraham


Esta semana empezamos de nuevo el ciclo de lecturas de las parashot de la Torá. `

La parashá de esta semana, Bereshit, es una parashá bastante jugosa, porque de ella podemos extraer muchos, muy diferentes y muy profundos comentarios.

Tomándola como referencia, podríamos hablar de la voluntad creadora de D’s, de la cosmogonía del Universo, etc., etc. Pero hoy quiero fijarme en otra cosa muy diferente.

La ciencia reprocha a la religión su falta de concreción y lo separado que se encuentran los descubrimientos científicos con las creencias religiosas.

Últimamente estamos asistiendo, precisamente aquí en España, a los paulatinos descubrimientos en los burgaleses yacimientos de Atapuerca de restos de un antepasado del hombre actual, al cual le denominan Hommo antecesor.

Si realizamos una lectura detenida de la parashá de esta semana, vemos que esos descubrimientos lo único que hacen es reafirmar, una vez más, la verdad y la sabiduría que conforma la Torá.

En Bereshit nos encontramos con lo que podríamos llamar una doble creación del ser humano. Por un lado nos dice (Ber 1.27) “Y D’s creó al hombre a Su propia imagen. Lo creó a la imagen de D’s. Los creó macho y hembra” La expresión utilizada para designar a los nuevos seres creados – macho y hembra, tsajar unekevá- es la misma expresión que se utiliza en la parashá posterior, Noaj, para designar a los animales que deben ser introducidos en el arca.

Nos dice, y lo repite dos veces, que los creó a imagen de D’s, pero ¿Qué quiere decir esto? Un axioma del judaísmo, recogido en los Trece Principios de la Fe de Maimónides, es la incorporeidad de D’s. Si esto es cierto, que lo es ¿Qué significa el ser creado a imagen divina? Siendo D’s todo perfección y no careciendo de nada, creó todo lo que conocemos, y también lo mucho que desconocemos, por su voluntad de amar, y con Su deseo d que, entre el bien y el mal, entre la vida y la muerte, eligiéramos la vida. Es esta naturaleza divina, la capacidad de amar y hacer el bien, la tenemos todos los seres humanos en nuestro yo, y es lo que nos hace ser creados a Su imagen. Y desarrollar esta naturaleza, pasando de ser potencia a ser facto, a ser hecho, se basa ni más ni menos que en el atributo, también de origen divino, que hace especial, único y superior al ser humano en comparación con los demás seres de la creación. Este atributo es el Libre Albedrío.

Aún así, este ser creado era un ser sin ningún desarrollo ni espiritual ni material. Sólo se preocupaba de su mera supervivencia. Su incapacidad de fabricar, manipular y transformar los elementos a su alcance se ve subrayada cuando en el versículo 29 se nos dice que D’s les ha dado toda planta que da semilla y todo árbol que dé fruto para servirle de alimentación. Es un ser primigenio que sólo se dedica a recolectar los alimentos que se encuentra en su vagabundeo.

Más adelante, en el capítulo segundo, versículo siete, nos encontramos con la segunda creación del hombre. D’s formó al hombre. En el relato anterior lo creó-bará-, y en este lo da forma – yotser. Este segundo hombre es completamente diferente al primero.

A este hombre le insufla un hálito de vida-neshamá. Deja de ser un ser creado meramente del polvo de la tierra –Adam/Adamá- y se convierte en un ser humano con alma. Ya posee las cualidades divinas para “trabajar”.

Hablando de trabajar. El primer hombre era recolector de los productos que ocasionalmente encontraba en su camino. Al nuevo hombre, D’s le coloca en el Jardín del Edén para que lo cultive y lo guarde. Ya es un hombre, no solamente con capacidad espiritual, sino que sabe trabajar la tierra, con la naturaleza. Entendemos que conoce algo de industria, y tiene un afán protector hacia la naturaleza que le han prestado.

Pero, de todo lo que estamos viendo ¿Qué es lo más importante? Hay algo de todo el relato bíblico que, personalmente, no me hace dudar de que Adam y Eva realmente existieron físicamente.

Me refiero a que, primero, fueron los primeros seres humanos, ya no homínidos, que usaron de su libre albedrío. Sabían que no debían transgredir una prohibición directa –no comer del árbol del conocimiento del bien y del mal.

Segundo. Fueron los primeros seres humanos que tuvieron noción de la Divinidad. Al percibirla, y al percibir su propia insignificancia en comparación con aquella, quisieron ser iguales a ella. Pecaron de falta de humildad y de exceso de ambición. Pero detrás de esta trasgresión nos encontramos una inquietud espiritual y un deseo de trascender las propias limitaciones.

Tercero. Una vez que, usando de su libertad, incumpliendo una ley, y queriendo ampliar su realidad espiritual, fueron conscientes de la infracción cometida y sufrieron arrepentimiento.

Estas tres cualidades humanas, y el uso de ellas: el libre albedrío, el deseo de desarrollo espiritual y el sentimiento de arrepentimiento, son las cualidades que les hacen ser padres de la humanidad, según la conocemos hoy día.

En el relato bíblico de la creación del hombre somos testigos de la evolución desde un ser primigenio al ser humano con capacidad de desear, de elegir y de asumir la responsabilidad de las decisiones tomadas.

Para terminar es curioso que es sólo después de ser descubiertos en su trasgresión por el Creador , cuando conocemos el nombre de ellos. Es decir, tras comportarse como seres humanos falibles, pero perfectibles, es cuando se presentan como son, con sus nombres

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy interesante aproximación y muy a trabajar inter disciplinar e inter departamentalmente...

Un saludo.