SEMBLANZA DE UN GAUCHO JUDÍO por Dr. Guido Maisuls
Nos reunimos a media mañana, alrededor de un fogón ya encendido, donde una abundante cantidad de leña, la reseca y dura madera de ñandubay que abunda en los campos entrerrianos, comenzaba a arder con un sonido chirriante y abrasador, mientras las llamas rojas y azuladas purificaban a fondo una oscura y amplia parrilla metálica del mas puro estilo campestre. Nos sentamos en cómodos y bajos taburetes de madera rustica y mientras me preguntaba por mis estudios y mi familia, arrimaba al fuego una negra pava de agua a calentar y preparaba su mate porrón con una generosa y verde porción de yerba fuerte y aromática mientras una plateada bombilla metálica relucía con todo su esplendor, por el fuego y por los esplendidos rayos del sol que se obstinaban en colarse a través de las tupidas y verdes ramas de un paraíso añoso y robusto.
Entre mate y mate, comenzó a contarme cosas de su vida, de su calido y culto hogar natal, de sus padres inmigrantes judíos de Odessa, de sus juveniles y soñadores años de juventud, de su trabajo duro y fecundo en el campo, de sus amigos de toda la vida, de su amor profundo por esta negra y fértil tierra entrerriana y de sus profundas y ancestrales raíces judías que las proyectaba como legado a sus dos hijos varones y a su invalorable tesoro, a su adorada y hermosa hija.
Su conversación era sencilla y directa, sin rodeos ni volteretas, me pregunto si yo quería hacer el asado, le conteste que para mi era un honor y mientras el fuego se aplacaba y las brazas blanqueaban el fondo del fogón, irradiando un intenso calor, comencé a acomodar sobre la parrilla caliente una anchas y tiernas tiras de asado de ternera. Mientras la delicada carne comenzaba a dorarse regada cada tanto de una exquisita salmuera criolla continuamos esa charla sencilla y profunda, condimentada con algo en común que nos unía en el fondo, yo también era descendiente de esos gauchos judíos.
Su vida fue una autentica simbiosis, un entrelazado muy fuerte y profundo de culturas y vivencias. La corriente judía ashkenazi que venia de la vieja Europa, que la trajeron sus cultos e intelectuales padres, que cuando se instalaron en la colonia Berro, a solo ocho kilómetros de San Salvador, en el patio de su casa plantaron rosas y árboles frutales mientras que con sus vecinos judíos y hermanos de los mismos barcos en que llegaron construyeron una sinagoga, un lugar de culto, de encuentros sociales y de actividades culturales. Este legado original se fundía inexorablemente con la indómita, virgen y fértil tierra entrerriana, con los auténticos vínculos de sus entrañables amigos gentiles, gente de otras culturas, de los criollos del lugar , de los descendientes de los alemanes del Volga y de los inmigrantes de la madre patria de España; vivencias que como ríos caudalosos desembocaron en el, conformando un autentico gaucho judío, con las profundas raíces de su pueblo ancestral pero con las libres alas de una nueva generación comprometida con su tierra, con su entorno y con su gente.
Se iluminaban con un brillo de alegría sus verdes y grandes ojos soñadores, cuando recordaba la vida de la colonia donde nació, la escuela de campo donde se llegaba a caballo luego de un largo y cotidiano viaje, la convivencia con sus queridos hermanos y hermanas, las románticas e inocentes travesuras de su juventud, las grandes festividades judías, los 25 de mayo y los 9 de julio en la colonia, las largas y alegres travesías a través de las distancias para llegar a las fiestas de casamiento, brit mila y bar mitzva, en carros tirados por caballos llevando a sus numerosos amigas y amigos a estos ineludibles e inolvidables acontecimientos en búsqueda de los alegres bailes llevados por la música de freilaj y tijeras, donde se intensificaban los vínculos de la amistad y del amor.
Una parte inseparable de su vida lo constituía un concepto quizás hoy algo extraño a nuestros oídos y lo era indudablemente el amor al trabajo, como fuente de sustento para su familia pero fundido con el sentimiento de alegría, afecto y orgullo de lo que producía con su mente y con sus propias manos, un día de trabajo era un día de jubilo, levantarse muy temprano, el frugal desayuno con el inseparable mate y la fecunda jornada con las vacas y los cultivos en su amada tierra prometida, su establecimiento rural de colonia Berro, que lo sustentaba tanto espiritual como materialmente, al cual viajaba cotidianamente en su Citroen pero en los imposibles y lluviosos días invernales, era el típico sulky tirado por un brioso caballo el que lo trasladaba a través de esos difíciles y anegables caminos entrerrianos.
La otra gran pasión de Adolfo fue la gente, la vida social era para el un alimento espiritual insustituible, era un personaje muy popular y conocido en el pueblo, el tramite bancario o la rutinaria compra de algo necesario eran una excelente oportunidad para saludar y charlar extensamente con sus innumerables amigos y conocidos; comerciantes y gente de campo; letrados y gente sencilla; ricos y pobres; jóvenes y viejos; criollos, españoles, árabes, alemanes y judíos. Todos eran sus hermanos y sus amigos, sin ninguna distinción, cualquier lugar era el correcto: el banco, el correo o la farmacia. Sencillamente amaba a su gente y amaba a su pueblo.
Querido Adolfo Presman, te fuiste muy temprano de nuestras vidas, pero ahora y a través del tiempo y de las distancias te quiero agradecer profundamente por tres cosas valiosas que me legaste: tu ejemplo de vida en el cual me reflejo en las inevitables horas difíciles que a veces atravesamos; tu querida hija, que es mi inseparable compañera de la vida y madre de mis hijos y no quiero olvidarme de ese inolvidable y exquisito asado que compartimos en esa hermosa mañana de septiembre.
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