NOAJ por Yehudah Ben Abraham
En ella nos presenta más en profundidad al patriarca Noé, con quien habíamos acabado la semana pasada.
Hoy nos habla la Torá del Diluvio acontecido por la maldad de la humanidad. Por ella, nos cuenta, quiso hacer D’s tabula rasa y empezar de nuevo.
Pero nos encontramos con el bueno de Noé. De él lo primero, y quizás fundamental que sabemos es que era justo y perfecto entre sus generaciones (Bereshit 2, 9). Y con D’s anduvo Noé. ¡Qué expresión tan peculiar esta con la que nos topamos!
Algo parecido encontraremos al principio del capítulo 17 de este mismo libro, cuando leemos que D’s le dice a Abraham, “Anda delante de Mí”.
El término justo, tsadik, es el mismo término que se utiliza con José. Es un término aplicado a toda persona que permanece íntegra, aún cuando el entorno en el que se maneja se ha corrompido y la depravación, en cualquiera de sus facetas, se ha apoderado de sus vecinos.
Najmánides limita el sentido de este concepto, justo. Para él el justo perfecto es aquella persona que se limita a cumplir los preceptos y los imperativos de la justicia.
Esta es, para mí, la cualidad diferenciadora entre los dos patriarcas, Noé y Abraham.
Mientras el primero se limita a obedecer, a cumplir, el segundo intentó, antes de la destrucción de Sodoma, el perdón divino para sus habitantes aún a sabiendas de las continuas y profundas transgresiones cometidas por ellos.
Noé era, lo que ahora se llama, buena gente, pero en un sentido pasivo, mientras que Abraham lo era en sentido activo. Me explico.
Noé no hacía el mal, pero no pecar no significa que se haga el bien. La bondad debe tener un papel proactivo. Debe buscarse la mejoría, no solamente nuestra, sino la mejoría de las condiciones de los demás.
Sabiendo que iban a ser destruidos, Abraham procuró que continuaran con vida.
Esta diferencia entre no hacer el mal, quedándose estático, y hacer el bien, de forma dinámica, es algo que debe estar presente en nuestras vidas. Y esta procura del bien es motivada por la fuerza interna que tiene el ser humano, el alma, neshamá.
Un cuerpo por su propia naturaleza permanece quieto. Para hacerlo desplazarse necesita una fuerza externa, que lo haga moverse.
Un cuerpo, por su propia naturaleza, tiene tendencia a estar frío. Necesita una fuerza externa, en este caso el calor, que le haga elevar su temperatura.
Una persona, por su propia naturaleza, tiende a no hacer el mal. Pero para realizar una buena acción necesita de una fuerza externa a él, aún cuando haya sido insuflada en su interior.
De esta manera todos nosotros nos convertiremos en socios y partícipes junto con el Creador de perfeccionar y terminar la inmensa tarea que es la Creación.
Cuando sepamos que podemos hacer algo por los demás, hagámoslo.
Como está escrito “no estás obligado a terminar la obra, pero tampoco estás libre de no participar en ella” (Pirkei Avot, capítulo 2, mishná 16)
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