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viernes, 20 de julio de 2007

EN RECUERDO DEL ARIZAL

(Extraído de El Arizal, vida y época de Rabí Itzjak Luria)
En sus primeros años, cuando el Arizal vivía en Jerusalén, había conocido a grandes mekubalim (cabalistas) como Rab Klonimus Haberkstein. Pero Rab Itzjak estaba inmerso, sobre todo, en el estudio del niglé (la Torá revelada). Sin embargo, el propio Eliahu Hanabí había dicho a su padre que Rab Itzjak estaba destinado por la Providencia a estudiar la cabalá y a propagar en el mundo su luz escondida. Cuando llegó el momento apropiado, la Providencia puso los escritos cabalísticos directamente en manos del Arizal.
Era Shabat. Rab Itzjak, el joven sobrino de Rab Mordejai Francis, estaba sentado en su lugar habitual en la sinagoga. Su asiento no se encontraba en el muro oriental, el mizraj, entre las personas acaudaladas y prominentes, tal como hubiera correspondido a un erudito de su talla. Su asiento estaba en las últimas líneas de la parte occidental, donde se sentaba la gente corriente y los mendigos ambulantes. Había elegido rezar entre los que no tenían medios económicos para comprar un asiento mejor. Allí se sentía más a gusto, apartado de las miradas inquisitivas de los demás, y podía desahogar su corazón en paz y tranquilidad.
Aquel Shabat, fue un extranjero el que llegó y se sentó al lado del joven Arizal. Daba la impresión de venir de fuera, porque parecía confuso, como si el nusaj (el orden de las oraciones) local y las costumbres de la sinagoga le resultaran extraños.Rab Itzjak se dio cuenta que el visitante estaba desconcentrado y trató de hacerlo sentir bien. Tomó el sidur del extranjero y empezó a hojearlo, pero se dio cuenta, asombrado, de que lo que tenía en las manos no era un sidur; ¡era un manuscrito antiguo!Tomó uno de los sidurim de la sinagoga y enseñó al extranjero por dónde iba el jazán. Cuando terminaron las oraciones, le pidió al visitante que le prestara el libro que había llevado, porque quería estudiarlo. El extranjero accedió de buena gana.
El Arizal leyó cuidadosamente el libro y descubrió que contenía profundos secretos esotéricos que requerían un estudio mucho más profundo. Su dueño, pensó, debía ser un gran mekubal, conocedor de los secretos de la mística. Pero cuando trató de conversar con él, el extranjero bajó los ojos avergonzado y murmuró algunas palabras ininteligibles. Rab Itzjak no lo presionó y cambió de tema. "¿De dónde viene?", preguntó. "¿Cómo ha llegado este libro a sus manos?"
Pronto quedó claro que el visitante era un judío sencillo que no sabía Torá. Incluso admitió que no sabía leer hebreo. Sus padres habían sido criptojudíos en España y lo habían educado como cristiano, porque tenían mucho miedo a la temible Inquisición. Sólo cuando llegó a ser adulto se enteró de que era judío. Tras poner en pie un próspero negocio, había logrado irse de aquel país lleno de sangre y de terror, llevándose consigo una pequeña parte de su fortuna y unos pocos manuscritos que había encontrado entre las pertenencias de su familia.
Ahora había llegado a Egipto en viaje de negocios y quería acercarse más a sus correligionarios. Pero le daba mucha vergüenza admitir que no conocía las oraciones y las costumbres judías, y por eso llevaba siempre consigo esos manuscritos hebreos y hacía como que rezaba con ellos.El Arizal escuchó asombrado la extraña historia y cuando el hombre terminó, le preguntó si estaría dispuesto a venderle el manuscrito. "Podría pedirme por él lo que quisiera", le dijo. El extranjero se echó a reír y le dijo: "¿Te burlas de mí, joven? Mírame: ¿doy la impresión de ser pobre? Soy un próspero hombre de negocios, gracias a Dios no necesito vender esos escritos".
Sin desanimarse, el Arizal insistió: "Por favor, usted no puedes leerlos y no le sirven para nada. Incluso aunque sean un recuerdo de familia y esté apegado sentimentalmente a ellos, estando en su poder no cumplen su función. Se han escrito para ser estudiados. Es lo que yo haría si fueran míos".El Arizal insistió tanto que finalmente el extranjero cedió y dijo: "Si es así, le daré los escritos como regalo, porque veo cuánto los estima; pero con una condición: que trate de hacer que su suegro, Rab Mordejai Francis, el inspector de las aduanas, levante las tasas que se han impuesto a mis mercaderías".Rab Itzjak estaba tan decidido a hacerse con aquellos escritos excepcionales que habló con su suegro. Para su satisfacción, Rab Mordejai Francis accedió y el Arizal pudo adquirir los manuscritos que tanto deseaba.3
El Arizal empezó a estudiar las obras en profundidad y las maravillas que aprendió de ellas lo cautivaron. Se dio cuenta de pronto que su alma estaba sedienta de ese tipo de conocimiento. Su alma encontró una satisfacción y una serenidad verdaderas en las enseñanzas que la cabalá le proporcionaba. Pero tenía miedo de no estar a la altura; de que quizás no supiera lo suficiente acerca de la Torá revelada. Su forma de vida y de actuar ¿eran lo suficientemente santas? Decidió plantear todas sus dudas al Radbaz y comunicarle esos pensamientos para ver si era apropiado para ese tipo de estudio.
El joven erudito esperó el momento adecuado para presentar la petición a su maestro. Y la oportunidad no tardó en llegar.[..]
Refinando su carácter
Cuando el Arizal preguntó al Radbaz si era merecedor de emprender el estudio de la cabalá o no, éste le delineó los requisitos de perfeccionamiento de los rasgos de carácter (tikún hamidot), que se necesitan como preparación para embarcarse en ese tipo de estudio.Rab Itzjak tomó con mucha seriedad las palabras de su maestro. Intensificó sus esfuerzos por dirigir y mejorar su carácter. Su anhelo era llegar a las cumbres de la santidad y la pureza necesarias para adquirir la capacidad espiritual que permite entender los secretos de la Torá. Rab Betzalel, su maestro y colega de estudio y de retiro, lo ayudó y lo animó mucho. El Arizal sentía que su comprensión y su percepción crecían día a día. Experimentaba un progreso constante; estaba alcanzando realmente su objetivo.
Por medio de la reclusión, el Arizal consiguió veintiún rasgos de carácter dignos de encomio. Según él mismo afirma: Aj (palabra formada por las letras hebreas alef-jaf que tienen el valor numérico de veintiuno), tob le Israel (Salmos 73:1), es decir, "Veintiuno es bueno para Israel" -se refiere a los veintiún aspectos que santifican a una persona". Entre ellos enumera: "Humildad y saber empequeñecerse ante Hashem; miedo del pecado, guardarse del orgullo, la cólera y la irritación con respecto a otros; cuidarse de los alimentos prohibidos y de lashón hará; evitar la mentira, la ligereza y el lenguaje insustancial..." Él fue el primero en adoptar todas las directrices que daba a los demás, predicando con el ejemplo.
Era especialmente cuidadoso en concentrarse en las palabras de las bendiciones que se hacen antes y después de comer; deseaba ser sincero al expresar su agradecimiento por la bondad que Hashem derrama sobre la humanidad. Decía regularmente el tikún jatzot; todos los días se levantaba a medianoche, se sentaba en el suelo y se lamentaba de la destrucción del Bet Hamikdash y del exilio de la Shejiná. Recomendaba purificarse periódicamente en la mikvé y trataba de ser uno de los diez primeros hombres en llegar a la sinagoga, para mostrar su amor por las mitzvot.
El Shulján Aruj HaArizal, que describe sus santas costumbres, relata también del profundo amor que sentía por cada mitzvá. Cuando tenía que comprar un lulav o un etrog, por ejemplo, nunca regateaba; siempre pagaba el precio que le pedían. En ocasiones incluso iba más lejos poniendo la bolsa donde llevaba el dinero sobre el mostrador y diciendo al vendedor que tomara lo que quisiera, ya que, cuando se trata de hacer una mitzvá, no hay que regatear.6
Su amor por las mitzvot se equiparaba a su amor por la Torá; ninguno de los dos conocía límites. Apreciaba la alegría de Hashem, su Torá y sus mandamientos, más que todos los tesoros del mundo. Una vez le confesó confidencialmente a un buen amigo que todo lo que había conseguido -tener las puertas de la sabiduría y el rúaj hakódesh a su alcance- era una recompensa por haber encontrado siempre más gusto en cumplir cada mitzvá que en ningún otro placer del mundo. Para él, eran más importantes que el oro y las joyas.7
El Arizal inspeccionó todos y cada uno de sus actos a lo largo de su existencia. Examinó cuidadosamente los rincones más recónditos del corazón para ver si, Hashem no quiera, había pasado por alto algún detalle referente al refinamiento del carácter o había ido hacia atrás en algo. Siempre rezaba a su Creador y le rogaba que lo ayudara a continuar subiendo a niveles aun más altos de purificación. Se dice que, cuando estaba a punto de morir, se le oyó murmurar: "Líbrame del orgullo".8
1Séder Hadorot Tanaim y Amoraim a Rashbí.
2Shem Haguedolim, maaréjet sefarim, Letra Zayin 8.
3Imré Tzadikim al final, y Dibré Yosef.
4Shem Haguedolim sobre el Arizal tal como lo cita Midrash Eliahu, pág. 12.
5Midrash Eliahu, de Rabí Eliahu ben Shelomó HaCohén.
6Taamé Haminhaguim, nota al pie de página 927.
7Reshit Jojmá, Shaar Haahabá 7:34; Jaredim (Jerusalén 5741), pág. 17.
8Taamé Haminhaguim, párrafo 10, nota al pie de página al último en

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